Un mural que florece en San Mateo: la iniciativa de Gisela Anzaldúa para alegrar su barrio
Alberto Gómez
Entre pinceles, botes de pintura y el recuerdo de una herencia familiar, la señora Gisela Anzaldúa Catalán, pintora al óleo y habitante del barrio de San Mateo, decidió transformar la fachada de su casa en un lienzo lleno de flores.
Su objetivo no es solo embellecer la calle, sino también sembrar la idea entre sus vecinos de que el arte puede ser una forma de identidad y orgullo comunitario.
“Yo soy pintora, me gusta pintar, tengo muchas obras en óleo, y pensé que si ponía un distintivo en mi casa, además de alegrar un poquito el barrio, también se plasma la cultura de Guerrero”, compartió la artista mientras retoca pétalos de colores en la pared que da a la esquina de las calles Cuauhtémoc y Corregidora, en el corazón del tradicional barrio de San Mateo.
La inspiración surgió a raíz de un programa del Ayuntamiento de Chilpancingo que invitaba a pintar las fachadas de las viviendas con el mismo color. Sin embargo, Gisela optó por diferenciar la suya: eligió flores de tonos vivos, inspiradas en los diseños de Olinalá y en la vestimenta de los pueblos indígenas de Guerrero, con la intención de rescatar parte de la riqueza cultural que la rodea.
No es casualidad que eligiera esa casa para su mural. La propiedad, que perteneció a su padre, forma parte de las primeras construcciones de San Mateo y es para ella un símbolo de identidad y pertenencia. “Me siento orgullosa de ser de Chilpancingo y de conservar la casa que me heredó mi papá. Por eso quise resaltarla con flores”, relató con emoción.
Sin embargo, su entusiasmo se vio opacado hace unos días, cuando desconocidos dañaron el mural rociando ceniza y grasa sobre la pintura. La agresión la entristeció, pero no la detuvo. Con paciencia y determinación, volvió a tomar el pincel y comenzó de nuevo a pintar, devolviendo el color a las paredes.
Desde las siete de la mañana, Gisela se sienta frente a su casa con su silla, sus pinceles y su entusiasmo intacto. Poco a poco, las flores vuelven a florecer en la fachada, y con ellas, una nueva forma de vida para las calles del barrio que la vio nacer.
“Mi idea es que los vecinos también se animen, que pinten, que cuidemos nuestras casas y nuestro barrio. Que no todo sea gris”, dice convencida, mientras sus trazos iluminan la esquina con un resplandor que va más allá de la pintura: el de la memoria, la cultura y el orgullo de pertenecer a Chilpancingo.